Lo que, paradójicamente, intentamos hacer en estos encuentros es no-hacer. Lo que hacemos en ellos es “descansar”. Cansarse es un hacer y descansar un no-hacer, un dejarse ser. Venimos aquí para disfrutar del “tiempo libre” en su sentido verdadero, un tiempo sin metas, sin tareas, sin ocupación.
Un “espacio desocupado” es un espacio en el que no hay nada ni nadie, abierto. Nada que conseguir o alcanzar. Aquí estamos libres de nuestro falso yo, una idea que nos exige un esfuerzo permanente.
En este espacio sin expectativas podemos abrirnos a la ¡sorpresa! Podemos ver de nuevo, como niños, las cosas tal como son, reconocer lo que habitualmente nos pasa inadvertido. Si nos entregamos, si nos abandonamos a este espacio, podremos reencontrarnos con nuestro verdadero ser; entrar en nuestro corazón.
En estas reuniones, en un ambiente amable que facilita su disolución, exploramos los obstáculos que nos impiden ver la realidad.
El principal obstáculo es la creencia de ser seres separados y limitados. Esta creencia tiene un componente mental y otro corporal; está asentada tanto en nuestra mente (conceptos) como en nuestro cuerpo (sensaciones).
A través de la meditación, la experimentación corporal y el diálogo, vamos descubriendo, disolviendo estos obstáculos y explorando senderos para volver a casa. Hasta que, eventualmente, nos damos cuenta de que, en realidad, nunca habíamos salido de allí.